Lunes superado, jeje, ¡qué frío hace!
Azahara me escribió al día siguiente. La verdad es que hacía frío y encima continuaba lloviendo, algo bastante normal en Galicia en esa época del año. Al habernos conocido en persona, hablábamos incluso con más confianza que en los días anteriores. Mantuvimos otra de nuestras conversaciones, largas, pero muy divertidas, emocionantes.
Y así nos pasábamos las noches, enviándonos mensajes por Telegram hasta las tantas para conocernos cada vez más.
El sábado quince de mayo sería nuestro segundo encuentro. Ella quería comprar un regalo para una amiga suya en el centro comercial As Cancelas y allí nos emplazamos para tomar algo. Puntualmente, nos localizamos en el lugar acordado y nuestros rostros, al vernos, dibujaron amables sonrisas, se percibía que nos alegrábamos mutuamente de volver a vernos. Subimos a la primera planta y entramos en una joyería. Tras un rato viendo algunas cosas que le gustaron, no se decidió por ninguna. Nos acercamos a uno de los bares de la última planta y charlamos apasionadamente bastante tiempo hasta que tuvimos que bajar al parking porque llegaba el maldito toque de queda; As Cancelas cerraba sus puertas.
Habíamos aparcado los vehículos, casualmente, bastante cerca el uno del otro. La verdad, nos costaba despedirnos una vez más, íbamos enlazando una conversación con otra mientras la acompañaba y, justamente, estando junto a su coche, empezaron a apagarse las luces del aparcamiento para cerrarlo definitivamente. Debían de pensar que no quedaba nadie, o quizás lo habían hecho para darnos un toque de atención de que teníamos que salir cuanto antes. Proferí un tremendo grito para indicar que todavía estábamos allí, se volvieron a encender las luces y salimos lo más rápido posible. Ya teníamos una anécdota para recordar en nuestro segundo encuentro, casi nos dejan encerrados en el aparcamiento del centro comercial, seguro que nunca lo olvidaríamos.
En cuanto llegué a casa me volvió a contactar por Telegram y, después de estar un rato de cháchara, le planteé quedar para el día siguiente; además, el lunes era festivo, por lo que podría descansar. Contestó al momento:
Sí, te iba a decir lo mismo, jeje 😊🥰
A ver si hace mejor tiempo y me enseñas tu zona, que tengo ganas de «andurrear» por allí.
Algo había cambiado, desde luego, antes de habernos visto, le planteé quedar en la comarca de Muros-Noia para enseñarle ese impresionante lugar, pero ella se había negado, como era lógico; todavía no nos conocíamos y la prudencia me parecía una de sus virtudes. De hecho, me enteré un tiempo después de que antes de nuestro primer encuentro le hizo llegar una foto mía, mi teléfono y algún otro dato a un amigo suyo para que, si después de quedar conmigo la primera vez no aparecía en unas horas, llamara a la policía. Me halagó mucho que lo hiciera; con todo lo que pasaba, era normal tomar precauciones; apenas nos conocíamos, únicamente de algunos mensajes escritos y quién sabe lo que le podría haber pasado si hubiese quedado con algún desgraciado.
Seguimos hablando un buen rato, me confesó que le gustaba conversar conmigo, que tenía cosas que contar, que la comunicación es importante para lo bueno y para lo malo.
Nos despedimos con unos simpáticos «macaquitos» con besos y corazones hasta el día siguiente. Había quedado con su amiga Eva y quería preguntarle si no le importaba que fuera con ellas; si tenía algún inconveniente, nos podríamos ver antes o después de verse.
A la mañana siguiente me confirmó que no había ningún problema en que me uniera a ellas a las seis de la tarde, le propuse avisar a mi amigo Andrés y aceptó encantada, así lo conocería.
Había quedado una encantadora y excepcional tarde de domingo en Santiago. La primavera compostelana se hacía notar e impregnaba el aire con el aroma de las flores al transitar por los jardines de la alameda. Pasear la ciudad, un día así, inmerso en mi música, me transportaba a un ambiente de absoluta serenidad, mi alma sonreía recorriendo aquellas alfombras formadas por antiguas piedras. El sol, mostraba su luz sobresaliendo entre alguna tenue nube blanca, pintando de tonos cálidos las fachadas de las históricas edificaciones que bordean las estrechas calles del casco antiguo.
Ya entrando en la Plaza del Obradoiro, el corazón de la ciudad, dejando atrás la Porta Facheira y la rúa do Franco, turistas, peregrinos y lugareños se entremezclaban, observando emocionados la imponente y majestuosa Catedral, la faraónica construcción referente de la cristiandad. El repicar de las campanas, entre ellas el de la mítica Berenguela, resonando profunda en el aire desde la torre del reloj, me iban marcando el ritmo, pausado, discurriendo en el tiempo de esa tarde tan especial para mí.
A medida que el sol comenzaba a declinar, se acercaba el deseado momento de reencontrarme con Azahara. Esa bonita tarde de mayo se convertiría en perfecta, en un poema cuando la volviera a ver, al escuchar su encantador acento cordobés nuevamente. Me reuní antes con Andrés para acercarnos ambos a la terraza en la que habíamos quedado para tomar algo los cuatro. Al llegar, se produjeron las típicas presentaciones. La verdad es que Eva me cayó francamente bien, se la veía tranquila y risueña, todo fue muy agradable.
Andrés debía de irse pronto, lo acompañamos un rato y luego los tres que quedábamos decidimos acercarnos a tomar algo más a la zona del ensanche. Eva continuó con nosotros muy poco tiempo, dejándonos solos en el interior de La Planta, el local que habíamos escogido. Azahara y yo permanecimos allí un buen rato más, lo que nos permitía el toque de queda. Hablamos de varias cosas, pero sobre todo de música, de los conciertos a los que habíamos ido, lo que nos gustaba… Se la notaba muy cómoda, me agradaba su actitud hacia mí, era de lo más amable y simpática; obviamente, tampoco le había dado ningún motivo para lo contrario, pero nos estábamos entendiendo muy bien pese a la diferencia de edad. Precisamente, en esa charla, se enteró de cuántos años tenía. Durante la conversación le comenté que ya había asistido a algún concierto antes, pero que el primero grande de verdad había sido el de Leño, Luz Casal y Miguel Ríos en 1983, inolvidable, y que luego había ido a muchísimos de los más grandes: Bruce Springsteen, Michael Jackson, David Bowie, Phil Collins, Dire Straits, Sting, Prince…, incluso al increíble Concierto de los Mil Años. Se quedó pensando un rato y surgió la pregunta:
—¿En el ochenta y tres? Imposible. — Me corrigió categórica.
—No. ¿Por qué va a ser imposible? —respondí extrañado.
—Porque en ese año no habrías nacido. —Concluyó exhibiendo una sensación de tener razón y de que, obviamente, me estaba equivocando.
—¿Cómo qué no? La canción de Miguel Ríos, “El Rock de una noche de verano”, dice claramente: “en la movida del verano del ochenta y dos, la vasca fue la estrella del estado español”, en alusión a su anterior gira, la del “Rock and Ríos”, por lo tanto, estoy más que seguro de que ese concierto fue en el verano del ochenta y tres. —Reflexioné sin un atisbo de duda.
Frunció algo el ceño, mostrando asombro, para preguntar. —Pero ¿cuántos años tienes?
—Cincuenta y tres —le respondí. —Creía que la sabías, mi edad aparece en la App.
—Ah, pues no los aparentas para nada, pensaba que tenías menos, me fijé en ese dato cuando me hablaste, pero al verte deduje que estaba mal. —Replicó, sin darle demasiada importancia.
Tras un buen rato entre risas y caricias sonoras, se acercaba el toque de queda, para mí el peor momento del día, la hora de despedirnos.
Ya en casa, con las noticias puestas, noté una vibración en el reloj, levanté la muñeca y vi:
¡Hola, David! ¿¿Llegaste bien??
Al observar el móvil, mi rostro dibujó una nueva sonrisa de felicidad, me alegraba cada vez que recibía uno de sus mensajes. Acabábamos de estar juntos no hacía mucho y ya volvíamos a hablarnos de nuevo, y no poco, teníamos muchísimo que decirnos. La conversación fluyó hasta las tantas, nos despedimos lento, muy lento, como hacen dos personas que no quieren dejarse, pero deseando contactar nuevamente al siguiente día.