Tú de qué vas

David Bello López-Valeiras


Estoy sentado en Central Park, en Nueva York. Es una noche de otoño con una temperatura bastante agradable. Me rodean millones de almas por todas partes, pero yo me encuentro solo, únicamente me acompañan mis recuerdos. Cada una de esas personas carga con sus alegrías, tristezas, problemas y posibles soluciones; cómo no, todos diversos, absolutamente, porque cada uno de nosotros piensa de una manera, ve distintas las cosas y actúa de un modo diferente ante situaciones parecidas. Somos realmente únicos. 


De eso va esta historia, de almas únicas. Cuando nos pasan cosas, asumimos que los demás pueden estar viendo lo mismo que nosotros, pero la mayoría de las veces no es así, por eso es posible que nos llevemos decepciones, por esperar algo que puede que no esté más que en nuestro interior, en nuestra imaginación, que sea, únicamente, nuestra realidad. 


No soy demasiado creyente, por no decir nada, pero lo ocurrido me hace tener ciertas dudas. Hasta los más incrédulos, cuando les suceden cosas que no llegan a entender, dudan.
¿Se puede luchar contra el destino? Sí, se puede; otra cosa muy distinta es vencerlo.


Pero empecemos por el principio. Tras firmar el divorcio que me abocaría a esta aventura, el uno de marzo salí de mi anterior casa para dirigirme a un pequeño piso en el centro de Noia. Lo cierto es que para mí solo no es que fuera tan pequeño, pero venía de una casa realmente grande y el contraste se hacía notar. Procuré buscar un sitio para ir colocando las pocas cosas que traía y así estar algo organizado. Una vez acomodado todo, me senté tranquilamente en el sofá y me puse a cavilar sobre cómo podría conocer nuevas personas, fuera de mi ambiente habitual de casado, en plenas restricciones por la maldita pandemia del COVID-19, e hice lo que mucha gente suele hacer: descargarme las típicas aplicaciones para «conocer» gente. ¿Por qué las llamamos así si, por lo general, todo el mundo sabe que las utilizamos para ligar? Concretamente, mis opciones fueron dos, pero tenía que tomar una decisión sobre cuál de ellas iba a utilizar «a fondo»; ambas son de pago y no estaba la economía para tanta fiesta. Aunque parezca que no, esta decisión fue realmente crucial para lo que más tarde iba a acontecer, pero no desvelemos el futuro, tiempo al tiempo.


Contrariamente a lo que pensaba que pasaría, la cosa fluía y había varias mujeres que pulsaban el botón de like en su móvil dentro de la aplicación escogida, lo que me llevaba a pasar algunas noches bastante entretenido, hablando o, mejor dicho, chateando, incluso en ocasiones, con cuatro chicas a la vez. La hora «mágica» era a partir de las diez de la noche. Obviamente, el toque de queda ayudaba a que todos tuviéramos que estar en nuestras respectivas casas y había que vencer al aburrimiento de alguna manera. Qué mejor forma que «socializando» y, si sonaba la campana y podíamos quedar, pues, ¿por qué no? Son formas modernas de conocerse que antes ni se nos pasaban por la imaginación.


Debo reconocer que soy bastante hablador y hubo noches en las que tenía que deslizar el dedo hacia abajo para poder ver algo de la conversación que mantenía, a duras penas, con alguna de las chicas para poder analizar qué contestar, pues me escribía con varias a la vez y llegaba a perder el hilo. Parecía que estaba «triunfando». Las charlas, por lo general, eran de lo más básicas: «¿de dónde eres?, ¿a qué te dedicas?, ¿cuántos años tienes?, ¿qué buscas en esta App?»…, para luego ir derivando en distintas temáticas, pero todas con un objetivo común: conocerse un poco más y llegar a la consecución de un posible encuentro.


Se me pasaban las noches bastante entretenidas, la verdad. Conseguí algunos contactos y quedé con alguna chica. Fueron citas muy agradables, pero, por lo general, no pasaban de eso: presentarse y poco más. Lo cierto es que conocía a mujeres que estaban francamente bien, para lo que yo considero que es «estar bien», ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito, pero quizás el miedo al compromiso, recién salido de una relación de veinticinco años, hacía que tampoco pusiera demasiado interés en llegar a algo con ninguna de ellas: encontrarnos, una charla, una nueva posible amistad y punto. No llegué a repetir prácticamente con ninguna, a lo sumo, con alguna, un par de veces, no más.