La primera gran excursión fue al día siguiente, todo se inició cuando, por sorpresa, esa mañana recibí otro de sus mensajes.
Estoy proponiendo en el grupo ir a visitar algo, porque hay personas que también están solillas aquí, como yo 😉 A ver qué me dicen, ¿te apuntas?
Cómo no me iba a apuntar, estaba deseando volverla a ver, me parecía un encanto, lo pasaba genial compartiendo momentos con ella.
¿Cómo que tú estás «solilla» aquí? 😔 Ahora, si quieres, nos tienes a nosotros 😄 Por supuesto que me apunto a lo que me digas 👍🏼
Me dio la opción de venirse a mi zona y de que yo hiciera de guía o ir a San Andrés de Teixido, que era la propuesta de uno de los miembros de su grupo. La última posibilidad me pareció estupenda, nunca había estado en ese lugar y hay un dicho gallego, basado en una leyenda, que dice: «A San Andrés de Teixido vai de morto o que non foi de vivo» (A San Andrés de Teixido va de muerto el que no fue de vivo), así que era mejor visitarlo mientras estuviésemos en este mundo, no fuera a ser.
Azahara me había pedido que la fuera a buscar a su casa, algo que me alegraba por la muestra de confianza mostrada, no se le facilita la dirección a un recién conocido del que no te fías.
Salí de Noia con bastante tiempo para no hacerla esperar y viajar tranquilo hacia As Galanas. Mi GPS me indicaba el camino exacto, lo cierto es que, aunque no había estado nunca en esa urbanización, la zona la tenía perfectamente ubicada, no me costó nada llegar y pararme delante del que aguardaba que fuera su domicilio.
—Buenas, estoy fuera esperándote. — Le indiqué con un mensaje tras parar el coche en un lugar que no molestaba.
—Ah, genial, ¡qué rápido! Me tienes que disculpar porque todavía no estoy preparada. Si puedes, aparca y vente a mi piso. — Acto seguido me dio las indicaciones para acceder.
No tardó nada en abrir, obviamente estaba esperando tras la puerta a que timbrara. Nos dimos los dos besos de rigor, pero, lo que más me llenó fue volver a ver su amplia y sincera sonrisa, me encantaba lo que transmitía, ese bonito dibujo de sus labios le producía calidez a mi alma. Encantadora.
—Pues este es mi hogar. — Me dijo con cierto orgullo, mostrándome, nada más entrar, la cocina, que era el primer habitáculo que se encontraba a la derecha del recibidor y me preguntó si quería tomar algo.
—No gracias. — Le respondí sonriendo.
—Pues si te entra hambre o sed no tienes más que abrir la nevera y tomar lo que quieras, para beber no hay mucha variedad, pero, si te apetece algo de lo que ves, como en tu casa.
Continuó con el recorrido por el apartamento. Saliendo de la alargada cocina, de frente, estaba el aseo de los invitados; siguiendo hacia la derecha, se hallaba su habitación, con un baño incorporado justo entrando a la izquierda. El cuarto tenía una cama doble y, al frente, un ventanal que dejaba pasar una gran cantidad de luz. Doblando el pasillo, que formaba una ele hacia la derecha, dando un par de pasos y a la izquierda, tenía la habitación de invitados, también muy luminosa; pero la joya era el salón comedor. Lo primero que se veía era una mesa para comer unas ocho personas cómodamente, con sus respectivas sillas; a su izquierda, un extraordinario castillo para sus dos preciosos gatos blancos y, a continuación, un enorme sofá cheslón. Frente a este, un mueble que acaparaba prácticamente toda la pared y, en medio, una mesa con todos los mandos. Pero lo que más me gustaba era que contaba con unos tremendos ventanales y una puerta corredera de cristal que daba acceso a un jardincito de lo más acogedor.
Me invitó a sentarme mientras la esperara y que, si quería, que pusiera la televisión. Le insistí en que no hacía falta, que debía de hacer algunas cosas con el móvil.
—Como quieras, yo me voy a duchar. No tardo. — Aseguró sin perder la sonrisa. —En un rato estoy de vuelta.
Me dejó con los gatos que, tras la primera toma de contacto, se empezaron a acurrucar en mis piernas mientras los acariciaba. Al poco, los ronroneos de aquellas mascotas se hicieron incesantes.
Lo que no esperaba era que, en aquella relajante situación, se fuera a producir un momento mágico, de los que te alegran el alma. Primero, sentí como el agua de la ducha de su habitación producía su ruido característico, eso no era nada del otro mundo, al contrario, lo verdaderamente extraordinario se produjo a continuación, cuando la empecé a escuchar cantar. Me sorprendió, porque lo hacía muy bien, pero mi mayor emoción ni siquiera consistía en eso, era más el comprobar que había encontrado a alguien realmente feliz, de esas personas que entonan una melodía en la ducha transmitiendo esa alegría tan genuina, de la de verdad, sin filtros, que hacía que mi corazón se sintiese dichoso por tener la oportunidad de ser testigo de aquel íntimo momento.
Al rato entró en el salón secándose el pelo. —¡Anda! — Exclamó alegre y sorprendida. —Qué raro que mis gatos estén tan felices con alguien, normalmente son bastante recelosos, no le suelen dar mucha confianza a nadie, es que fueron abandonados y yo los recogí de la calle.
Efectivamente, los animales parecían estar muy contentos en mis piernas, ronroneando por las caricias, suaves, mansos, serenos, como si mi paz, por el emocionante momento vivido, se lo transmitiera a través de la calidez de mis manos.
Cuando Azahara estuvo dispuesta, partimos para completar la siguiente etapa, ir a buscar a Andrés. Antes de salir le llamé para que estuviera preparado, conozco bien a mi amigo y sé que se toma las cosas con cierta calma. Efectivamente, aún con la confirmación de que estaría, cuando llegamos al portal de su casa, todavía nos tocaría esperar un buen rato.
—¿Ves? Ya lo sabía yo, aun llamándolo hay que esperarle, y no nos queda nada, en ocasiones le tengo avisado saliendo de Noia, diciéndole que ya estaba abajo, llegar y no estar listo.
—Jajaja, no pasa nada, estamos bien en el coche, le esperamos. — Azahara continuaba risueña mientras seguíamos con nuestras entretenidas conversaciones.
Al fin, tras una buena demora, Andrés bajó de su piso y pudimos salir a buscar a Ziad, el único de los amigos de Azahara que se había apuntado a la excursión. Lo bueno de mi compañero de fatigas es que ya puede llegar lo tarde que sea, que parece que los impuntuales somos los demás. Tras unas risas, aquí no había pasado nada.
Ziad nos esperaba en el cruce de Santa Marta con Romero Donallo. Una rápida parada, le hicimos un gesto para que entrara en el coche y, tras las presentaciones, empezó el debate: con todas las demoras acumuladas ya era la hora de comer, nuestro dilema consistía en si hacer las casi dos horas hasta San Andrés y buscar allí un comedor o quedarnos en la zona y partir después. No tuvimos muchas dudas, iríamos al restaurante Milongas, en Milladoiro.
En aquella terraza se estaba estupendamente, hacía calor y los rayos del sol incidían en nosotros mientras saboreábamos un exquisito churrasco. Risas, anécdotas interesantes y alegría fueron la nota predominante de esa tarde en la que nos hicimos con un nuevo amigo. Ziad es un tipo genial, simpático y muy educado. Ingeniero informático especializado en inteligencia artificial y con una inteligencia natural fuera de serie. Su piel es morena, ojos oscuros, alto, delgado, con el pelo corto, algo ondulado y una barba no demasiado poblada, con su correspondiente bigote. La verdad es que es de estas personas que te alegras de conocer. La tranquilidad en la sobremesa era tal, estábamos tan a gusto, que parecía que ninguno tuviéramos demasiada prisa por hacer el viaje que habíamos previsto, pero sí, pasadas las cuatro de la tarde, iniciamos la singladura hacía aquel destino mágico en la costa de Cedeira.
Llegamos a San Andrés sobre las cinco y media de la tarde. Aparcamos en una zona habilitada justo antes de entrar en la aldea. Bajamos una cuesta bastante pronunciada desde la que ya se avistaba un impresionante e inspirador paisaje, el inmenso océano Atlántico parapetado por unos escarpados acantilados que se elevaban majestuosamente sobre el mar, como guardianes protectores del secreto ancestral de aquel santuario; a su vez, en lo más lejano, el cielo azul era atenuado en partes por matices blanquecinos conformados por algunas nubes, entremezclándose en la línea del horizonte con las profundas aguas. Aquella postal era idílica, como una profecía de lo que sería aquella encantadora tarde de primavera. Empezamos a recorrer unas estrechas calles con alguna casa y, sobre todo, algún negocio de hostelería pensado para atender a los múltiples visitantes que acuden durante todo el año. Al poco nos encontramos la capilla de San Andrés y, lógicamente, ahí empezaron las fotos. Saqué el trípode y comenzó la fiesta. Nos hicimos instantáneas de lo más geniales, además, aprovechando la función live del iPhone eran como mágicas, las mantenías pulsadas y se nos veía en movimiento. Nos estábamos divirtiendo como niños, reíamos a carcajadas y cada vez buscábamos imágenes más «atrevidas» y originales.
Cómo disfrutamos, pero, sobre todo, me sentía radiante viendo feliz a Azahara; no tenía mucho que ver con la chica que había conocido unos días antes. Desde luego, fue simpática y risueña desde el primer momento, pero era distinta, era genial, en tres días se produjo una metamorfosis fascinante. No voy a decir que, de repente, ya fuera a ser mi perfil como por arte de magia, pero pensaba que si alguna vez volvía a estar con alguien, me gustaría que se riera y que disfrutara como ella lo estaba haciendo. Tenía una adorable chispa.