Visita inesperada

David Bello López-Valeiras

Al día siguiente yo tenía la presentación del libro de mi amigo Héctor en el Liceo de Noia, me había insistido en que fuera y tenía el compromiso de asistir. Era de siete a diez de la noche, por ese motivo no podría desplazarme a ver a Azahara. 


Cuando terminó el acto, que por cierto estuvo impresionante, entremezclando buena música con literatura y mucha simpatía, me escribió Andrés diciéndome que, como no podría acercarme a Santiago, vendría él para ir a tomar algo.

Cuando llegó a Noia me llamó para confirmar dónde estaba. Fui al paseo marítimo para encontrarme con él. Tras hablar unos segundos, alguien se me acercó por detrás y me tapó los ojos. En ese momento me dio un vuelco el corazón, deseaba con todas mis fuerzas que fuera Azahara. Me di la vuelta y allí estaba, preciosa, como siempre, mirándome emocionada, con una amplia sonrisa, con sus chispeantes ojos iluminándome una vez más; inmediatamente la abracé conmovido, no únicamente por pensar que no la vería ese día, sino también porque hiciera el sacrificio de venir a Noia a esas horas, puesto que al día siguiente tenía que madrugar para ir a trabajar. Los acompañaba Elena, una salmantina, amiga de ella, que me presentó unos días antes y que había estado la noche anterior en la fiesta, por cierto, muy guapa, muy alta y simpática también.


La noche invitaba a una pequeña vuelta turística por la localidad. Comencé subiéndolos por la calle Pedra Sartaña, dejando atrás la estación de autobuses, la finca del Marqués y el parquin. Casi llegando al cruce de Rosalía de Castro, ya se percibía un profundo olor a flores que nos regalaba el gran pulmón del centro de la villa, formado por el Campo da Feira y la impresionante Alameda. Entramos a esta última por la zona del parque infantil, dejando a nuestra izquierda el característico y pintoresco palco de la música. La miré, le sonreí y gesticuló una mueca de felicidad y extrañeza, como una interrogación sobre qué pasaba. No le podía contestar, ¿cómo explicarle que me imaginaba cantándole las más bellas melodías desde aquel original escenario con forma redondeada? Bajamos por el embaldosado paseo entre la medianera de enormes palmeras y los múltiples locales hosteleros que todavía contaban con sus terrazas montadas. Casi al final, antes de llegar al precioso y romántico jardín, donde descansan, entre flores y magnolios, los bustos de los insignes escritores Antón Avilés de Taramancos y María Mariño, les mostré la majestuosa casa consistorial que, casualmente, estaba celebrando su pleno mensual, lo que me permitió invitarles a entrar al impresionante claustro que posee y que comparte con el convento de los Franciscanos. Allí, le hice una fotografía a mi niña que siempre mantendré en mi retina por su encantador rostro de sincera felicidad.


Luego nos dirigimos al casco histórico, paseando entre las empedradas calles, hasta la Plaza del Tapal. Allí se alza la extraordinaria Iglesia de San Martín, una enorme edificación de piedra granítica, como la mayoría en mi tierra, pero esta con algunas curiosidades, como tener una sola torre a la izquierda, que sustenta el campanario y, en la fachada principal, mantiene un enorme rosetón muy característico con cristales de colores, que cuando la luz solar los traspasa reflejan preciosas figuras en su interior. Pero, si algo llama la atención, es su magistral pórtico, imitación del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago y creado por el mismo artista, el Maestro Mateo.


Nos pusimos en la mitad del atrio, justo entre el templo y un bonito “cruceiro” que complementa el místico lugar, a decidir qué hacer, optando por sentarnos en la terraza de la Abuela Pepa, local de un amigo mío en el que decidimos tomar algo. Se la notaba radiante por haberme dado aquella agradable sorpresa; ya pensaba que no llegaría a verla ese día. 


Después de unas simpáticas fotos, los guie por otra ruta para volver hacia el coche, así les mostraría más rincones míticos de la villa. Accedimos a la plaza de la Constitución, donde se encuentra el magnífico edificio de los juzgados, también de piedra y con una arquitectura medieval, como el resto de las edificaciones; otro precioso crucero casi en medio, rodeado de piedras y cómo no, el bar Lelé, con el que les hice la broma de que tenía tantos años que, quizás, fuera el lugar en donde se tomaban los vinos de barril y las tapas los canteros que construyeron la Iglesia de San Martín, con su fachada lateral justo en frente y que data del 1.434 d.d.C. Evidentemente, por mi tono, se rieron, pero no se lo creyeron.

Pasamos a la Plaza del Curro, otro lugar emblemático de la villa noiesa, en donde antaño se celebraba el mercado de ganado, pero que, en la actualidad, evolucionó hacia convertirse en el emplazamiento en donde se hace el mercadillo ambulante los jueves y los domingos. Ahí está uno de los accesos a la plaza de abastos, así como, en frente, el teatro Coliseo Noela, en donde se producen multitud de actividades artísticas y culturales todo el año.


Subiendo por Escultor Ferreiro, de vuelta hacia la alameda, a la derecha, está el cementerio histórico de Noia y, dentro del recinto, se haya uno de los monumentos religiosos más representativos de la comarca, la iglesia de Santa María a Nova (la nueva), construida en 1.327 sobre otra capilla que databa del siglo XII. Lástima que a esa hora ya no se podía acceder, me hubiese encantado mostrarles el templo, de estilo gótico marinero con influencia del románico, con un característico tejado de madera y que, en su interior, se encuentra el “Museo de Laudas Gremiales”, único en el mundo, con lápidas en las que, en lugar de tener escrito el nombre del difunto, tienen esculpidos símbolos haciendo referencia al oficio de la persona que había estado enterrada antaño bajo esas increíbles losas.


Tras el encantador paseo, llegamos al coche y tocaba lo más difícil, la despedida. Realmente nos costaba, aun a sabiendas de que nos veríamos al día siguiente más tiempo del que habitualmente lo hacíamos, sería viernes y el sábado ella podría descansar. Era, con diferencia, nuestro peor momento, todavía no se había ido y ya la echaba tanto de menos. Nos quedamos los dos mirándonos a los ojos, hipnotizados, diciéndonos nada, expresándonos todo, con una ligera sonrisa, intentando ocultarles a nuestros amigos unos sentimientos que ya eran indisimulables, tratando de que no se percataran, algo imposible por ambas partes, yo ya la amaba a fondo perdido, al igual que ella me lo demostraba cada día con su mirada, con sus palabras y hechos. Pero la separación quedaba compensada por lo afortunado que me sentía por su inesperada visita, fue un detalle emocionante que también le agradecí a Andrés, que fue el que me la trajo para conseguir crear, junto a mi Azahara, otra mágica noche.

 


"Parpadeo" María Villalón