El «no» concierto

David Bello López-Valeiras

Una mañana, nada más abrir el navegador de internet en el ordenador, me apareció un anuncio de que uno de mis cantantes en español favoritos iba a dar un concierto en La Coruña. Se trataba de Carlos Rivera. No me lo podía creer, invitaría a Azahara y le cantaría todas las canciones de amor dedicándoselas desde el principio hasta el final. Yo había estado en muchísimos grandes conciertos, pero sentía que ese sería inolvidable, mágico, especial. Me identificaba con muchas de sus letras, no únicamente las románticas, había empezado a seguirle por una que no era precisamente de amor, sino todo lo contrario. En la lista de música «Azahara», Carlos Rivera era predominante y, cuando escuchaba alguna de las canciones, pensaba que eran las que me hubiese gustado componer para ella y cantárselas una y otra vez. 


Por la tarde, yendo hacia Santiago en el coche con Andrés, le conté mi plan y él se apuntó a venir. No aguantaba más no decírselo, pero quería ponerle un poco de misterio al anuncio. La llamé por teléfono y le anticipé que le tenía una sorpresa, pero finalmente no me pude resistir y se lo conté.


Empecé a prepararlo todo para que fuera uno de los días más especiales desde que nos habíamos conocido, y eso que, para mí, todos los días que la veía, que sabía que estaba ahí, lo eran. Continuamente comprobaba cuándo se ponían las entradas a la venta, no quería que nos quedáramos sin ellas. Pero, finalmente, para mi decepción, el concierto se suspendió por culpa del maldito COVID-19. Miré alternativas de a dónde podríamos ir a verlo, el lugar más cercano era Gijón, pero ya no nos daba tiempo. Cuando la llame para contárselo, se mostró muy disgustada. Se conectó a la web con el calendario de su gira para ver otras opciones y comprobó que iba a estar en Córdoba el día diecisiete de julio, que podríamos ir, pero advirtió que sería una paliza.
El viaje con ella no me preocupaba en absoluto, además, acompañarla a Córdoba significaba que iba a poder ver a sus padres por fin, podría ser el privilegiado testigo de ese momento tan emocionante. Ya había estado pensando seriamente en «secuestrarla» para llevarla a su tierra un fin de semana largo, de sorpresa, decirle que nos íbamos de puente a un sitio precioso, viajar a una hora en la que, antes de salir de Galicia, se durmiera y que despertara allá, con su profundo sueño no se enteraría de nada. Solo quería darle sorpresas que la hicieran feliz, y esa, desde luego, sería increíble, la que más, seguro.
Le pregunté, sin comentarle mis intenciones, qué pasaría con sus gatos en el caso de que estuviera fuera de casa más de un día. Me respondió que no le gustaría dejarlos solos, pero que, si tenía que ser, debería de avisar a su vecina para que los atendiera. De momento, el «secuestro sorpresa» había quedado descartado, todavía no conocía a su vecina y no veía muy factible poder llevarla así a Córdoba.

De pronto volvió a mirar la web y se dio cuenta de que el concierto no iba a ser el diecisiete, sino el dieciocho de julio, domingo. Nuestro gozo en un pozo, no nos daría tiempo a ir a la actuación y volver para que llegara a trabajar al día siguiente. Total, que nos quedamos sin el concierto posiblemente más especial, al menos para mí.


Pese a la frustración, pensé que tendríamos muchos más conciertos a los que ir juntos, quería estar siempre a su lado viviendo experiencias únicas y, desde luego, esperaba que el de Carlos Rivera fuera uno de ellos; no sabía hasta cuándo lo habrían aplazado, no había una previsión, pero si fuera para después del diez de agosto, iría a buscarla a Córdoba y la traería a La Coruña para poder vivir otra noche mágica juntos, posiblemente la más maravillosa.